lunes, 16 de julio de 2007

LA FUERZA AUSENTE


Pompeyo Audivert
Foto: Michel Marcu

¿Considera que hay una renovación en el teatro de los últimos cinco años o recibe un agotamiento del realizado en los años 90?
Por detrás de todo comportamiento artístico hay una fuerza, no se trata de una fuerza explícita sino implícita en la conjugación poética, en la audacia del cruce formal de la imagen y la materia, de lo sagrado y lo profano, es una fuerza anti-histórica en el sentido de la manifestación de un deseo de ir en contra, de rebelarse, de dar salida a lo no-dicho, a la otredad que se siente en el propio cuerpo y en la realidad como patencia inexpresada, ocultada por lo histórico unidimensional y antipoético. Esa fuerza débil en apariencia es la fuerza ausente, que opera su influjo desde lo dorsal impulsando todo comportamiento artístico.
Crear es poner en acción la fuerza ausente para, haciéndola presente en la forma de una apariencia, la creación, la obra, representarla a través de sus efectos.
El acto creativo conlleva a la vez lo patético de querer y no poder alcanzar nunca aquello que nos mueve, esa plenitud radiante, pero también significa la más sobrehumana aspiración de lo humano: el salto hacia lo abierto que sólo puede darse mediante el artificio material del gesto, de la rasgadura física de una materia, de un cuerpo, del artilugio de una forma.
Creo que lo que nos está pasando desde hace bastante tiempo es que fracasamos en el intento de llevar adelante la representación de esa fuerza ausente, que nos impulsa a crear, fracasamos en el intento de presentificarla, no porque no la sintamos sino porque las fuerzas históricas que dominan los modos de mediatización, las formas de producción y las estrategias de transformación de esa sensación en cosa, en obra, terminan enfriando, desvirtuando y paralizando la fuente, remitiéndola ya muerta al campo estéril de las representaciones domesticadas. Donde antes estaba la fuerza ausente ahora están los fetiches, las estatuas, los mitos de la modernidad como brújula y sentido de la tarea creativa. Se alude más a lo histórico que a lo poético anti-histórico, se quiere afirmar más lo que está muerto que lo que está vivo, por más que enterrado, se cede a la tentación del reflejo más que a la fuerza del piedrazo en el espejo. Coincido con Urdapilleta en que hay filtraciones de lo televisivo, falta de libido y mucho discurso vacuo acaramelando el sapo de la modernidad, mucho intermediario encubriendo el simulacro de una acción que se posterga.
La comunión ya no es colectiva sino privada o si es colectiva se parece más a una autosugestión colectiva de quienes quieren sentir que sienten, que a la unidad poética que precipitan en el público las verdaderas obras de arte, no tanto por su mensaje sino o por su forma de producción que es en última instancia el allí donde se dirime la cuestión central: la representación de la fuerza ausente.
Creo también que en Buenos Aires hay actores y directores interesantísimos que a veces rompen la costra del agua muerta y producen, casi siempre en los márgenes, fulguraciones de fuerza ausente.

¿Como docente reconoce entre los nuevos directores a alumnos suyos, sigue el trabajo de alguno de ellos?
Sí, hay gente que pasó por mi Estudio que ahora está dirigiendo o actuando, pero no me voy a hacer el canchero relacionándolos conmigo, creo que el pasar por un Estudio es sólo eso, una etapa en la formación de una personalidad artística que es por completo independiente y autónoma. Es más, muchas veces uno se forma en contra de sus maestros, o mejor dicho: una formación sirve también para ir en contra de ella, no sólo para asumirla como línea de acción. Creo que los maestros que ven en los discípulos una continuación de ellos por otros medios son unos gilastrunes que no han sabido enseñar lo principal: que cada uno es único e irrepetible, que todo saber ya estaba allí antes de los maestros y que todo maestro es peligroso al igual que todo padre y al igual que Dios. Lo mejor que se puede enseñar es a romper con la herencia y encontrar el propio camino poético, que nunca será el del maestro. Por lo tanto no creo tener nada que ver con las producciones de quienes han estudiado conmigo y ese es mi mayor orgullo.
Hay sin embargo una persona con quien vengo trabajando hace ya diez años y con quien supongo compartimos de algún modo una mirada y una posición con respecto a lo teatral. Es Andrés Mangone, que por estos días acaba de estrenar en Beckett Teatro la obra de Thomas Bernhard La partida de caza, una de las mejores puestas que se hayan visto del genial Thomas Bernhard. He allí una obra misteriosa, atractiva, donde opera su influjo la fuerza ausente.

(Publicado en Funámbulos)

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